Por Marton Dunai
SOPRON, Hungría (Reuters) - Hace treinta años, un lunes, los guardias fronterizos húngaros permitieron por primera vez que personas de la comunista Alemania Oriental cruzaran libremente a Austria: el Telón de Acero pasaba a la historia.
Fue un hito en un año de cambios trascendentales en Europa, que condujo en pocos meses a la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989.
Pero Hungría, el primer país en desmantelar la frontera este-oeste, ha sido también el primero en fortificar su frontera sur contra una gran afluencia de inmigrantes asiáticos y africanos.
En 2015, Hungría construyó una doble valla de alambre de púas de alta tecnología, con sensores de calor, cámaras de visión nocturna y patrullas fronterizas constantes a lo largo de sus 300 kilómetros (186 millas) de frontera con Serbia y Croacia.
El cerco fue la manifestación física de la visión del primer ministro húngaro Viktor Orban de una "fortaleza europea".
La cuestión de la inmigración puso en aprietos los vínculos, por lo general estrechos, entre Hungría y Alemania, ya que Orban chocó con las opiniones de la canciller Angela Merkel, que inicialmente abrió las puertas a los inmigrantes.
Orban y Merkel conmemorarán juntos el lunes la caída del Telón de Acero en Sopron.
En Europa, las opiniones sobre estas nuevas barreras están divididas. Para algunos de aquellos cuyas vidas cambiaron para siempre por la oportunidad de huir a occidente, son una calamidad. Recuerdan con cariño el llamado "picnic paneuropeo", en el que cientos de alemanes orientales irrumpieron en Austria mientras los guardias fronterizos húngaros se hacían a un lado.
"Ese fue nuestro segundo cumpleaños", dijo Hermann Pfitzenreiter, quien llevó a su esposa e hijos pequeños al otro lado de la frontera ese día y regresó a la ciudad fronteriza de Sopron para celebrar el aniversario de bodas y reunirse con viejos amigos húngaros.
"La construcción de estos muros y vallas es catastrófica", añadió su esposa Margarete. "Como alemanes, pertenecíamos a Alemania, pero habíamos vivido la misma vida imposible (como los inmigrantes de hoy). Me encantaría dejar a Viktor Orban en el otro lado para que sienta cómo es eso".
"Por muy altos que sean estos muros, nunca disuadirán a la gente", dijo Hermann Pfitzenreiter. "Lo que ves en las fotos (de nosotros cruzando) no se puede expresar con palabras. No podíamos creer que estaba ocurriendo, era éxtasis total, había sido impensable".
Los Pfitzenreiters, entrevistados por Reuters en Sopron, ahora viven en Alemania, cerca de Mannheim.
(Información de Marton Dunai; editado por Stephen Powell; traducido por Andrea Ariet en la redacción de Gdynia; Editado en español por Javier López de Lérida)