El dragón chino se mete hasta la cocina del Tío Sam

 | 20.01.2017 00:24

Mientras Estados Unidos da la espalda a Latinoamérica, China se ha presentado como un aliado que ha ganado influencia y poder económico y político en la región. La política de Trump puede acrecentar esa primacía China y amenazar la hegemonía que históricamente ha pertenecido a Estados Unidos. ¿De verdad es es lo que le interesa al Tío Sam?

Hoy, Donald Trump jurará como el presidente 45 de Estados Unidos. Pero desde que ganara las elecciones el pasado 8 de noviembre, por su retórica tuitera ha dejado claro que rivaliza con México y Latinoamérica en general, así como con China. Lo más probable es que uno de los asuntos que primero aborde tan pronto llegue a la Casa Blanca sea la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), tal y como ha afirmado su nominado como Secretario de Comercio, Wilbur Ross.

Sin embargo, su política proteccionista y nacionalista puede acarrear una consecuencia indeseable para la estrategia geopolítica estadounidense, y no es otro que otorgar una mayor primacía económica de China en la región. Latinoamérica es la zona del mundo que más intensificado las relaciones comerciales con China desde que empezó este siglo. Ese acercamiento del gigante amarillo a Latinoamérica tiene una explicación natural: esta parte del mundo posee una gran abundancia de recursos naturales. De su territorio se extrae casi el 10% del petróleo mundial, en torno a un 20% de mineral de hierro, el 47% de la producción de cobre, además del 50% de soya. Por tanto, para que funcione su gigantesca maquinaria industrial, China precisa de todos esos insumos básicos que la ponen en marcha y, aprovechando el arribo al poder de algunos gobernantes que simpatizaban más con el régimen comunista que con el capitalismo estadounidense, se pusieron manos a la obra.

El resultado ha sido que China se ha incrustado ya en la región latina del continente: entre el año 2000 y el 2014, el comercio entre ambas regiones se incrementó en casi un 2,000%. Es verdad que se partía de una base muy baja: en el año 2000, el valor de las transacciones comerciales no alcanzaba los 13,000 millones de dólares (mdd). Ahora bien, en el 2014 había ascendido a casi 265,000 mdd. En el 2015, se redujo a 237,000 mdd, pero esto se debió más bien a un efecto de precios: aunque las cantidades comerciadas se incrementaron, su valor se contrajo sobre todo derivado del derrumbe de los precios de las materias primas durante el 2015. Por ejemplo, el volumen exportado de petróleo de Latinoamérica a China se incrementó un 26% pero su valor se contrajo en un 33%. Así sucedió con otros productos como el hierro y el cobre, y no hay que perder de vista que casi tres cuartas partes de las exportaciones de Latinoamérica a China se concentran en esas materias primas: mineral de hierro, soya, cobre, petróleo crudo y mineral de cobre. A cambio, le compra a China una amplia variedad de productos como equipos de telecomunicaciones, computadoras, barcos, instrumentos ópticos o productos derivados del petróleo.

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De este modo, China se ha posicionado ya como el segundo mayor socio comercial de Latinoamérica por detrás de Estados Unidos. Pero si nos concentramos en Sudamérica, China ha rebasado ya a Estados Unidos como el principal destino de sus exportaciones y ya es el principal socio de Brasil, Chile o Perú. Si su hegemonía no es mayor es porque la presencia de China es menos notoria en México sobre todo, debido a su vinculación al TLCAN, así como en Centroamérica.

El caso de México es especialmente relevante. México ha sido incapaz de diversificar las exportaciones, que todavía se destinan en un 80% a Estados Unidos. Las ventas a China, casi inexistentes en el año 2000, apenas representaron en el 2015 un 1.3% del total de las exportaciones. Sin embargo, las importaciones de China, que no llegaban al 2% en el año 2000, se dispararon a un 17.7% en el 2015. Eso ha provocado que el déficit comercial entre ambos países sea muy deficitario para México: si en el año 2000 no llegaba a los 3,000 mdd, actualmente rebasa los 65,000 mdd. De hecho, el creciente déficit comercial de Latinoamérica con China se explica, fundamentalmente, por el deterioro comercial de México con el gigante asiático. Para que se hagan una idea, el segundo país más deficitario con China es Colombia, con un agujero de 7,769 mdd en el 2015. Brasil, con un saldo positivo de casi 5,000 mdd, junto con Chile y Venezuela fueron los únicos tres países superavitarios con China en el 2015.

Pero además las relaciones entre Latinoamérica y China superan el ámbito estrictamente comercial. El miedo y la aprensión inicial hacia China han desaparecido y el dragón ha arrojado por su boca llamaradas de dólares cuando Latinoamérica más lo ha necesitado. Así sucedió en el 2010, tras la Gran Recesión. Pero volvió a repetirse en el 2015, en medio de la crisis de toda la región derivado del desplome en las cotizaciones de las materias primas. Ese año, los créditos de China a América Latina se elevaron a 29,100 millones de dólares. Pues bien, ese monto es casi el doble de los 15,500 mdd que otorgaron, conjuntamente, lo grandes organismos multilaterales que financian el desarrollo como el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco de Desarrollo de América Latina.

Esto no quiere decir que Latinoamérica esté haciendo bien las cosas, simplemente que China, el gran antagonista de Estados Unidos, ha sabido sacar mejor provecho de las debilidades de la región para afianzarse en todo el sur del Río Bravo. Sí, China ha financiado la explosiva deuda de Venezuela, ha inyectado dinero a Petrobras (NYSE:PBR) en medio del brutal escándalo de corrupción, y rescató a Ecuador al cubrir el 60% de sus necesidades de financiamiento. Pero todo eso a cambio de apropiarse las exportaciones futuras de petróleo, una relación de dependencia que no parece muy saludable.

Ahora bien, no sólo los créditos se dirigen a los sectores de hidrocarburos y minería, sino que cada vez más también se canalizan a financiar proyectos de infraestructura. En ese sentido, en el 2015 creó tres fondos regionales para América Latina por un monto total de 35,000 mdd para proyectos de cooperación industrial y de infraestructura. Con capital chino ya se han construido una planta hidroeléctrica en Ecuador, dos plantas nucleares en Argentina, carreteras por toda la región, puertos, vagones de metro. A su vez, tiene grandes proyectos en puerta, como el Ferrocarril Bioceánico que conecta Perú con Brasil, la Capital de las Ciencias en Jalisco o el Canal de Nicaragua, un proyecto que quiere competir con el Canal de Panamá pero que de momento está plagado de dificultades. Y cada vez más plantea proyectos militares y de defensa.

El dragón chino se ha ido desplazando del sur del continente hacia regiones más centrales y del norte del continente ganando, a base de su chequera, poder e influencia. La compañía China National Offshore Oil Corporation ganó dos de las áreas concursadas en la última licitación petrolera de la Ronda Uno. Y Trump, con su rivalidad hacia México, con su rechazo a Latinoamérica, parece abrirle las puertas a China para que pegue un zarpazo definitivo. El discurso del presidente chino, Xi JinPing, en Davos da cuenta de sus intenciones globalizadoras, y la secretaria ejecutiva de la Cepal, Alicia Bárcenas, en el mismo foro, alentó las oportunidades de cooperación entre ambas regiones, haciendo una mención especial a la agricultura. Y así, poco a poco, el dragón chino se está metiendo en la cocina del Tío Sam. Y no le viene mal con todos los problemas que parece tendrá que encarar con el tema de Taiwán y las islas en el Mar de China Meridional. ¿Acaso no es para que Trump se lo piense un poco mañana tras su juramento?.

El comercio entre Latinoamérica y China se disparó casi un 2,000% desde el 2000 hasta el 2014, cuando alcanzó su máximo. En el 2015 se retrajo, sobre todo las exportaciones latinoamericanas, como consecuencia del derrumbe de los precios de las materias primas. En torno al 70% de las exportaciones latinoamericanas consisten en hierro, soya, cobre y petróleo.