José Luis Benito | 30.03.2020 08:06
¡El que mucho vive mucho ve, aun sin querer ver lo que está viendo!
Soy consciente de que en los tiempos que corren, y prácticamente casi siempre, la totalidad de los lectores de artículos relacionados con el mercado financiero acceden a su contenido bien para reconfirmar que han acertado en sus inversiones o buscando consuelo, pidiendo árnica, cuando éstas han sido desafortunadas y les están haciendo perder ese pequeño patrimonio que tanto les ha costado conseguir; a veces, toda una vida. Espero que estas líneas sirvan para felicitar o dar consuelo a nuestros queridos lectores; según sea el caso.
No obstante, y para no perder la tensión del discurso y la atención de la audiencia, antes de entrar en el cuerpo de este artículo, quiero hacer un resumen ejecutivo que refleje mis conclusiones principales sobre el mercado. Y no voy a dedicarle mucho tiempo al análisis, sino que voy a decir a bote pronto lo primero que se me pase por la cabeza, sobre la marcha, conforme voy escribiendo. Y lo hago así no con temeridad, sino porque una vez leí que es más probable acertar en una decisión de esta naturaleza cuando uno la toma guiado por los primeros pensamientos que le vienen a la cabeza, que cuando lo hace después de un largo periodo de análisis y reflexión. Pues bien, en esa línea serían éstas las directrices que disparo a la audiencia a boca jarro:
¿Qué queda? Pues quedan sectores más defensivos en una crisis sanitaria y que, para no extenderme más, en mi opinión, podrían ser, principalmente, los siguientes:
Dicho esto, voy a volver a mi artículo, a lo que realmente quería escribir.
He escuchado miles y variopintas definiciones sobre el mercado de valores. Una de ellas, que se me quedó grabada a fuego, como una mala compra que no cesa de doler, se la escuché a un gitano amigo mío, gitano con “jurdeles”, a quien, cuando le sugerí que comprase acciones en el mercado de valores, respondió raudo, veloz, rápido y rotundo: ¡Mira, José, la bolsa es un juego que os habéis inventado los payos para quitaros la pasta entre vosotros y para ese juego no contéis conmigo! Algo de eso hay, sin duda, y su definición sería perfecta si pudiésemos asumir que la bolsa es un juego de suma cero, en el que las ganancias o pérdidas de unos participantes se equilibran con exactitud con las pérdidas o ganancias de otros participantes. Pero ello, salvo que sea yo quien esté en el error, no debería ser así, con todo mi respeto y cariño hacia mi amigo; e intentaré justificarlo:
El motivo por el que creo que su aseveración no es del todo correcta es porque en la bolsa no es como el póker, juego en el que gana uno lo que otros pierden, sino que en este juego, con el paso del tiempo, siempre se genera valor; es decir, a largo plazo los mercados siempre suben. Ello es debido a que detrás de las empresas hay grandes equipos humanos que empeñan sus esfuerzos para conseguir que, desarrollando proyectos varios o actividades de negocio diversas, los recursos de capital que reciben de los accionistas, u otros recursos que ponen a su disposición sus distintos acreedores, se genere valor y que éste se multiplique, como Jesús multiplicó los panes y los peces para saciar a una multitud.
Para explicarlo de forma sencilla, en bolsa puede ocurrir que un accionista compre acciones a un precio determinado y que, después, venda estas acciones ganando dinero a un nuevo comprador que, esperando tiempo, consiga también revalorizar su inversión y ceder el testigo a un tercer inversor que, del mismo modo, vuelva lucrarse y así, señoras/es, “in aeternum”; todos ellos eludiendo ese juego de suma cero gracias a la generación de valor que inyectan todos los participantes en las diversas actividades económicas.
Pero, aunque la bolsa no sea un juego de suma cero y puedan beneficiarse de él tanto grandes inversores como minoritarios, todo tiene un límite, y el límite llega un día, cuando a desdicha de todos los participantes menores, el crupier dice: “¡Rien ne va plus!”, sale el cero, gana la banca y “tóos” “pelaos”; me refiero a los últimos compradores de acciones, a las/los lubinas que se comieron el papel en la cresta de la ola, a los que ni fueron ni serán lobos de Wall Street, ni siquiera zorros o gatos del Ibex, y es ese el punto en el que ahora estamos, queridos; mal que pese: gran parte de los pequeños minoritarios han sido empapelados para una temporada.
Entretanto, otros hay que hicieron su agosto, como los de las “Bancas internacionales de Inversión” de turno con nombres anglosajones, que salen de naja del mercado casi siempre a tiempo y después de haber recomendado, haciendo uso de los medios, todos los valores que hubiese que recomendar, eso sí, siempre que los tuviesen previamente en cartera, o al menos es lo que la razón intuye, para colocárselos a los “pezqueñines”, aquellos que, como decía, nunca serán lobos de Wall Street, ni siquiera zorros o gatos del Ibex.
Y de najas salen y hasta la próxima, y si te he visto no me acuerdo hasta que pueda volver a trincar; y en ese plan.
Como mencionaba en el titular: ¿Esto qué es lo que es? Pues esto es un juego en el que, sin ser de suma cero, siempre ganan o suelen ganar los mismos, salvo en contadas ocasiones, los mismos que, como diría mi amigo gitano, peinan los “jurdeles” a sus anchas, disponen de información privilegiada sin que nadie les pare los pies, y se mueven entre aplausos de gente pagada y bien alimentada, protegidos por ese escudo que es el dinero, capaz de comprar incluso el alma de Lucifer, del mismísimo diablo.
Para terminar, quiero felicitar a aquellos que se hayan encontrado con liquidez para tomar posiciones defensivas progresivamente en medio del desplome que ha detonado esta crisis sanitaria, que tendrá sus idas y venidas y que generará en los mercados muchísima volatilidad durante algunas semanas o meses, pero que será transitoria, un paréntesis de duración incierta, de X semanas o de X meses, pero un paréntesis. Y para los que se quedaron con el paso cambiado, a estas alturas, si no han vendido ya con antelación, solo hay una medicina: la paciencia y no andarse moviéndose mucho, no vaya a ser que, en uno de estos fortísimos vaivenes a los que las bolsas ya nos están acostumbrando, se queden fuera de la foto. ¡Suerte a todos!
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