Referéndum en Cataluña. ¿Y después, qué?

 | 22.08.2017 02:03

El 1 de octubre se acerca y con él un mar de dudas de índole política y económica. En lo político, un escenario muy probable sea el siguiente:

Jornada de participación débil o inferior a lo deseado por la Generalitat, con una aplastante mayoría independentista. Muy probablemente, el grueso del grupo que aboga por posiciones moderadas no independentistas no participe del evento. Bien porque piensa que no va con él o bien por la idea de que una participación baja deslegitimará cualquier tipo de resultado aunque sea mayoritario. De hecho, pienso que prácticamente la totalidad de los grupos no independentistas invitarán a la no participación con ese fin mencionado. A día de hoy, los requisitos mínimos para declarar una hipotética independencia son muy difusos.

1. Qué mínimos de participación serán requeridos para una toma de decisión eventual.
2. Qué mayorías serán necesarias.
3. Qué entendemos por ley de transitoriedad administrativamente y en tiempo.
4. A qué marco legal obedecerá la ciudadanía y qué gestión tributaria se llevará a cabo en ese supuesto tiempo de transitoriedad.

Teóricamente, estas cuestiones ya tienen respuesta por el gobern pero existe una incredulidad mayúscula sobre si realmente la Generalitat tiene músculo suficiente para acometer su aplicación.

La carencia de consenso político entre administraciones deja a la Generalitat con la carga de llevar adelante un proyecto sin más garantías que las promesas de sus líderes en su ejecución, sea como sea. Pienso que el problema mayor lo tendrá la Generalitat en la gestión de su propio éxito. De darse el escenario propuesto de participación masiva independentista y rechazo a votar por la parte no independentista, el resultado obligaría a la Generalitat a actuar en consecuencia y declarar la Independencia. La pregunta es ¿Están los líderes del gobierno catalán realmente preparados para esa eventual victoria?

El día después no será fácil, aquí planteamos sólo tres de las muchas posibles preguntas.

1. Deuda pública. ¿Partimos de 0? ¿Obviamos parte de la deuda pública del Estado?
2. Divisa. ¿Tendremos los catalanes nuestra propia divisa? ¿Además de la Generalitat, existe algún comisario/líder/alto cargo de la UE que ratifique el uso del euro como divisa de Cataluña?
3. Pensiones: ¿A quién corresponde abonar las pensiones? ¿De veras puede la ciudadanía confiar en un acuerdo Estado-Cataluña para algo tan sensible cuando fijar una consulta política se antoja imposible?

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El hecho de formular estas preguntas se ha tildado de “unionismo” o “unionista” a la persona que las plantea por una idea de querer crear miedo o incertidumbre para dar alas al bando no independentista. Puede ser el caso, pero dada la cercanía de la fecha convendría responderlas con claridad y no estaría demás una ratificación de las instituciones comunitarias a modo de tercero, hasta hoy absolutamente desentendidas del proceso.

La idea del referéndum desde un punto de vista democrático es ejemplar. Pienso que la Generalitat tiene legitimidad moral y social como para insistir en una eventual fecha. No ser independentista no significa inmediatamente rechazar ese referéndum. El patriotismo se demuestra pensando en el bien común cediendo una parte del bienestar propio. Pedir que tu vecino pueda votar a pesar de que su voto sea contrario a tus ideas es la mayor contribución que un ciudadano puede dar a su comunidad. El patriotismo intelectual es mucho más deseable que el emocional. La sociedad catalana está dividida entre los partidarios del sí y los del no pero ampliamente se entiende la necesidad de un referéndum para terminar con una cuestión que acapara demasiados recursos y energías.

El problema radica en la prisa de las elites políticas catalanas. Prisa) en poner los tiempos a cualquier precio. Prisa (MC:PRS) en elegir a los responsables de tal empresa y en eliminar a otros en función de aritméticas parlamentarias y contranegociaciones. Prisa en prometer a la sociedad unos objetivos que de antemano serán rechazados por ser contrarios a la ley. Si en España ya son difíciles de abordar las cuestiones identitarias, en Europa no se entienden de ninguna manera los procesos revolucionarios. En el norte, los deberes los lunes y con buena letra. Prisa en definitiva por cortar la cinta de inauguración y acaparar la atención. Este último suele ser el típico ego del político. Cerrar los proyectos siempre dentro de la legislatura. No sea que las flores se las lleve el siguiente. Convergencia Democrática de Catalunya ya está pagando un precio altísimo por esta prisa.

El debate de fondo y la posible celebración de un referéndum en Catalunya es un desafío interesante para todo el estado español. Es una prueba de madurez y de patriotismo entendido desde la cesión del bienestar propio al ajeno comentado antes. ¿Es grande un país en función de su PIB? ¿De su territorio? ¿O es grande un país en función de su madurez y responsabilidad social? Ese es el desafío de la política central. Insistir en el rechazo no hace un favor a España. Escuchar a sus ciudadanos será seguro entendido como una muestra de respeto. Ahí está la victoria del Estado. Si en Catalunya el problema es la prisa y ser el primero en cortar la cinta de inauguración en el gobierno central el problema es el inverso. No ser el primero en llegar a un acuerdo de referéndum ya que se entiende como debilidad del Estado y si ese momento debe llegar que sea el siguiente.

El desafío del gobierno de Catalunya pasa por:

a) Salir de un eslogan tan inapropiado como “Juntos X el sí”. El sí o el no tienen poco que decir. ¿No es el referéndum la meta? ¿Porqué la clase política juega a crear bandos de síes o noes si de hecho no existe aún la pregunta?
b) Aquello del “Puedo prometer y prometo”. ¿Qué puede prometer y que promete la Generalitat, seriamente?
c) La afirmación del uno mismo no empieza por la negación del otro. Si para ser A, primero se debe no ser B, existe un problema de autoestima. Esa debilidad en el planteamiento no augura unión ni fuerza.

En cualquier caso, para el ciudadano poco interesado en saber quién entonará el Vae Victis y más preocupado de cómo y a quién pagará sus impuestos el día 2 de octubre, convendría dar una respuesta nítida lo antes posible.

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