Comentario: La tortura prolongada del Brexit

Reuters

Publicado 17.11.2018 16:56

Comentario: La tortura prolongada del Brexit

Por John Lloyd

MADRID (Reuters) - Chris Mason, corresponsal político de la BBC, se quedó en el exterior de la madre de todos los parlamentos el lunes por la mañana y dijo que no tenía la "más remota idea" sobre hacia dónde se dirige el Brexit, reconociendo que su análisis sobre la situación era tan certero como el que podría hacer Mr. Blobby, un muñeco rosa con lunares amarillos de un programa de televisión que solo pronuncia la palabra "Blobby". Sus desesperados comentarios se hicieron virales en internet.

Pero el exabrupto de Mason es lamentable por dos razones. Había muchas cosas que explicar sobre el borrador de acuerdo del Gobierno del Reino Unido para abandonar la Unión Europea y muchas posibilidades futuras que analizar. Y lo que es más importante aún, el Brexit, pese a todo el caos político que ha provocado, es un debate político que se está llevando a cabo dentro de los límites de una democracia sólida. De hecho, es una señal de una democracia sólida. Los comentarios desesperados del periodista suponen una burla de la labor del reputado servicio público de la BBC a la sociedad británica.

Sin duda, el proceso político es caótico y, a veces, alarmante. En esta etapa de la prolongada tortura que supone el Brexit, la Unión Europea ha aceptado provisionalmente un plan, la mayoría de un gabinete dividido ha aceptado provisionalmente el plan y es probable que vaya a un Parlamento que, en estos momentos, parece dispuesto a rechazarlo. Entre los opuestos al plan se encuentra el Partido Unionista Democrático, la mayor formación política de Irlanda del Norte, que garantiza con sus escaños la mayoría parlamentaria de los conservadores de Theresa May, pero que ahora parece poco inclinado a seguir dando su apoyo ante las implicaciones del acuerdo para el territorio británico.

El difícil futuro del acuerdo parece confirmarse por las dimisiones en el seno del Gobierno esta semana. Uno de los que se van es Dominic Raab, que había sido nombrado ministro del Brexit hace poco con la misión de lograr un acuerdo de salida. El Gobierno se está rompiendo poco a poco, aunque la primera ministra ha retenido a los titulares de las tres principales carteras: el canciller de Hacienda, Philip Hammond, el secretario de Estado de Relaciones Exteriores, Jeremy Hunt, y el secretario de Estado de Interior, Sajid Javid. Si uno de ellos se va, el Gobierno de May ha terminado. De hecho, los partidarios del Brexit ya están tratando de echarla. Y los especialistas en aritmética parlamentaria indican que su tiempo en el cargo terminará pronto de cualquier manera.

¿Por qué? ¿Cuál es el plan al que tantos se oponen con tanta fuerza y ​​por razones tan diferentes? La respuesta reside en dos cuestiones. En primer lugar, se trata de un acuerdo de carácter muy provisional, y la mayoría de los detalles técnicos, especialmente en materia de comercio exterior, aún están por resolver en un período ampliado de negociación. Y, por otra parte, el pacto limita al Reino Unido, evitando que firme acuerdos comerciales con estados no pertenecientes a la UE, como cuando era miembro de pleno derecho, pero sin darle voz en las decisiones de la Unión. El Reino Unido permanecerá en una unión aduanera, lo que permitirá la continuación del comercio sin fricciones entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda. Pero Irlanda del Norte estará sujeta a un régimen regulatorio más estricto que el resto del país, un hecho que los dirigentes unionistas del territorio creen que acelerará la ruptura del propio Reino Unido y alentará a los nacionalistas escoceses, el partido más numeroso en el parlamento escocés, a exigir otro acuerdo para ellos, argumentando que Escocia votó mayoritariamente a favor de quedarse en la UE, dando alas a sus reivindicaciones independentistas.

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El plan ha sido criticado por los partidarios de Brexit, que creen que encierra a Reino Unido en una jaula que la UE ha construido por un período indefinido. El exsecretario de Relaciones Exteriores Boris Johnson usó su columna en el Telegraph y su retórica "Churchilliana" a principios de esta semana para esbozar un país "en cautiverio", que solo ahora es consciente del "horror de esta capitulación". Su hermano menor, Jo Johnson, quien se opone al Brexit, renunció a su cargo como ministro de transporte por algunas de las mismas razones, calificando el acuerdo de "una humillación nacional abyecta y vergonzosa", y destacó que ningún acuerdo podría ser mejor que la pertenencia del país a la UE.

La única fuerza política que podría salvar el acuerdo es el opositor Partido Laborista, aunque hay pocas esperanzas. La mayoría de los miembros del partido están a favor de seguir en la UE, pero su líder, Jeremy Corbyn, y sus colegas más cercanos no lo están: el dirigente le dijo a la revista alemana Der Spiegel la semana pasada que "no podemos detener a Brexit". Aunque la posición actual de los laboristas es que rechazarán el plan y exigirán la renuncia del Gobierno y unas elecciones generales, hay grupos dentro del partido que pueden desafiar a los líderes y apoyar a la primera ministra, aunque probablemente no con los números necesarios como para contrarrestar a los conservadores comprometidos a votar en contra.

La democracia, cuando se suscitan pasiones y principios, puede resultar caótica. Sobre todo cuando, como ahora, se ha dado rienda suelta a los sentimientos anti-UE y se ha despertado una animosidad —apenas reprimida anteriormente— contra la pérdida de la soberanía ante una unión multinacional.

Al igual que muchos de la generación británica nacida tras la Segunda Guerra Mundial, yo había sido partidario de la UE, no tanto pensando en el Reino Unido, sino más bien como una asociación numerosa de estados democráticos que podía llegar a abarcar los estados del este y centro de Europa una vez se deshicieran del comunismo. Como corresponsal en la zona, pensé, en el período de euforia tras el fin de la Unión Soviética, que incluso Rusia podría ser miembro comunitario.

Ya no. Rusia está utilizando todas sus notables habilidades diplomáticas para alejar a estados europeos de Bruselas, forjando alianzas con el primer ministro Viktor Orban en Hungría y en el presidente Milos Zeman en la República Checa, y más recientemente, con el político más poderoso y popular de Italia, el vice primer ministro Matteo Salvini, además de con el populista presidente de Estados Unidos, Donald Trump. El presidente francés, Emmanuel Macron, y la canciller alemana, Merkel, continúan trabajando, probablemente de manera inútil, por una UE más integrada, con la ambición de crear un ejército europeo.

Sin embargo, Reino Unido está cometiendo un gran error al irse. Podría haber liderado una tercera vía dentro de la UE, entre la salida y la integración. La UE no puede imponerse a los apegos nacionales y al deseo de los europeos de tener un Gobierno al que exigir responsabilidades, una parte necesaria de la democracia que la UE no puede ofrecer. Sin embargo, mucho de lo que hace al facilitar el comercio entre los miembros, al reunir a sus dirigentes en proyectos y problemas conjuntos (el medio ambiente, la seguridad, la educación), es admirable y necesario. Una Europa de dos velocidades explícitas, donde los integradores persiguen un ideal y los pragmáticos persiguen a la vez intereses nacionales y compartidos, serviría para conservar gran parte del valor que la Unión le ha dado a la vida europea, privando a los populistas nacionales de una gran parte de su argumentación. Pero, por lo visto, ya es demasiado tarde.